En los últimos tiempos, se ha popularizado la dieta macrobiótica, para bien y para mal.
Su fundador, George Ohsawa, se basó en un método ideado por el doctor Sagen Ishizuka para recuperar la alimentación tradicional oriental, buscando el equilibrio del sodio y el potasio en los alimentos.
Posteriormente, Michio Kushi, considerado el padre de la macrobiótica moderna, escribió El libro del diagnóstico oriental, en donde establece los pilares de este tipo de alimentación y basa la dieta en la correspondencia entre la energía personal y el orden natural. Es decir, lo que nos rodea influye en nuestra energía vital, así como en el humor, nuestro espíritu y nuestra naturaleza.
¿Cuáles son los principios de la dieta macrobiótica?
La macrobiótica promueve el uso de alimentos orgánicos, de estación y, en lo posible, local, combinándolos para lograr un balance energético saludable.
Se basa en el principio del yin y el yang y de los Cinco Elementos, y su objetivo es obtener el mejor ki (energía) de lo que comemos.
Por lo tanto, es una dieta restrictiva donde la forma de cocinar es muy importante: hay que hacerlo en ollas de hierro o de barro, los cereales integrales (avena, arroz, cebada, mijo) e incluso la sal marina, deben tostarse antes de ser cocinados para lograr su “yanificación”, es decir, volverlos yang.
Esta dieta está basada en vegetales, cereales integrales, algas, frutos secos y semillas, raíces, legumbres y pescados, estos últimos pueden comerse una o dos veces a la semana, pero restringe de forma casi radical el azúcar, los lácteos, las carnes rojas, el café, los huevos y la sal enriquecida.
Los vegetales no deben estar excesivamente cocidos, pues pierden muchos de sus nutrientes. Una dieta macrobiótica mal diseñada puede causar deficiencias de proteínas, vitaminas y minerales; pero señalamos que una bien diseñada devuelve la salud al cuerpo y lo nutre correctamente.